La pandemia actual COVID-19, nos ha sumergido de golpe en un estado de aislamiento del contacto con el otro cuerpo, sin precedente. En más de una oportunidad he mirado la puerta de casa con cierta angustia, sabiendo que se puede abrir, pero al mismo tiempo confinada a no hacerlo por el temor de todo lo que ocurre afuera. Que, a decir verdad, es el silencio de las veredas, la ausencia del bullicio cotidiano. El vacío de voces humanas. No se permite tocarnos, acercarnos, hay que mantener una distancia necesaria, que nos lleva a una deprivación de aquello que del otro cuerpo nos puede conmover. Las palabras quedan presas en dos nuevos soportes; el barbijo, gracias al cual nuestra boca queda velada, y la pantalla donde nuestra voz queda transformada a una ecualización digital. Todo esto ante la presencia de un virus, invisible a la vista, que se nos cuela dentro del organismo.
Aislamiento social obligatorio. Se nos ha impuesto (por nuestra seguridad), que adoptemos el rasgo más particular del autismo. La fortaleza, el caparazón, la cápsula. Y también, en muchos casos la desconfianza del otro.
Claramente no es lo mismo el aislamiento social impuesto por un virus que el autismo, pero quiero avanzar en la metáfora de las similitudes. Es lo primero que se me ocurrió cuando desde una institución como ADANA, tuvimos que pensar un cambio de soporte del lazo, más no el cambio de dispositivo
Las ofertas de comunicación en la actualidad brindan un sin fin de variantes del encuentro virtual.
Sabemos que en el autismo las formas en las que se construye un encuentro son muy variadas y altamente singulares, en algún punto la concurrencia a una institución una x cantidad de días a la semana y en ciertos horarios, son el marco bajo el cual nuestros pacientes, lo logran.
Cabe destacar que hablo de pacientes que llevan como mínimo 8 años en la institución. En su mayoría han transcurrido toda su infancia rodeados más o menos de las mismas personas, los mismos lugares de circulación, y tras el paso al turno de los adolescentes (turno tarde), se han encontrado con algunas constantes sobre las cuales los profesionales hemos trabajado los nuevos posibles encuentros.
Quiero destacar que gran parte del trabajo terapéutico de ADANA, no es solo el que se logra en los consultorios a nivel individual, sino en los “pasillos”, en los espacios comunes, en el recorrido que se les propone y que cada uno arma, apoyado más en un profesional que en otro. Quiero decir con esto, la infraestructura física siempre ha sido un sostén que opera más allá de los profesionales que habiten en esos espacios. Hay una fuerte transferencia con la institución, con lo que representan estos espacios. La apropiación y subjetivación que cada joven realiza de ellos, es uno de los primeros índices que se evalúan para entender cómo se realizarán los recorridos singulares de cada paciente.
Otro punto importante a plantear es la política y la estrategia terapéutica que mantiene la institución respecto de la familia de los pacientes. Se procura mantener un espacio separado entre lo que sucede en la institución y lo que sucede en las casas. Es decir, no pensamos actividades que deban continuar por fuera de la institución con el soporte de la familia. Esto está pensado desde el punto de vista en que consideramos que un padre/madre no debe ni tiene por qué operar como un terapeuta para con su hijo. Consideramos que cada familia ya tiene armada ciertas estrategias de acompañamiento. Si bien se atiende a las consultas que los padres puedan realizar, éstas se orientan desde la singularidad de cada caso. El no brindar “soluciones”, permite que la consulta de un padre, pueda convertirse en una pregunta sobre su hijo, dando lugar a la inventiva de cada familia para alojar a estos sujetos.
Las nuevas coordenadas de habitabilidad han cambiado, y por momento pareciera imposible la posibilidad de generar un espacio íntimo con los pacientes. Los dispositivos electrónicos, ya sea por su complejidad, disponibilidad y en cierta medida el grado de atracción o rechazo, que generan en nuestros jóvenes, hace imposible un momento a “solas” con ellos. A eso se le debe sumar la imposibilidad de que los cuerpos estén presentes.
Sabemos que la presencia del terapeuta es de fundamental importancia en el tratamiento, ya sea que opere como un doble, o bien como una extensión, un objeto, o un facilitador. Todas estas opciones se ven complicadas en el momento en el que el cuerpo debe quedarse detrás de una pantalla.
Dicho esto, ¿cómo montar una estructura que haga de espacio habitable para ellos? Como generar un espacio/tiempo que permita una diferencia con la casa de cada uno? ¿Cómo generar un adentro y un afuera en épocas de aislamiento en donde el afuera está vedado de momento?
El dispositivo terapéutico que se sostienen desde la institución, plantea de entrada la posibilidad de las múltiples transferencias, es decir, consideramos que en la medida que el paciente pueda contar con diferentes Otros a quienes acudir, en donde cada uno presenta una particularidad, un rasgo del cual se produce el enganche con el joven, permite que los bordes del autismo puedan expandirse en diferentes direcciones. Independientemente de la profesión que cada trabajador tenga, se sostiene que el trabajo inicial y constante es el de poder alojar a una subjetividad, el de partir de la base que, en cada joven con autismo, estamos ante la presencia de un sujeto, con pocos recursos, pero que éstos son claves para poder iniciar todos los contactos con el “exterior”.
Por lo tanto, la situación de pandemia, nos ha hecho tambalear muchos de los fundamentos que tenemos a la hora de trabajar con estos jóvenes. No porque el dispositivo de trabajo deba cambiar, sino porque estamos obligados a cambiar de soporte.
Tuvimos que inventar el modo de realizar una metonimia que vaya de los cuerpos, a la pantalla. El marco bajo el cual trabajamos ahora, es el de una pantalla, que vela y duplica la imagen de cada uno.
Decidimos entonces generar un grupo de whatsapp con los jóvenes (la mayoría utiliza los celulares de sus padres),al tiempo que creamos un celular que se llama A.D.A.N.A., con la idea de sostener esa instancia institucional, que no se reduce a las personas que trabajan en ella. En el grupo, estamos todos los que trabajamos en ese turno (incluidas la secretaria y el personal de limpieza, entendiendo que las transferencias que hay ligadas a estas dos personas es igual de importante que las que puede tener cualquier otro miembro del equipo). En primera instancia se trató de un grupo cerrado, en donde solo los miembros del equipo podían escribir. Para que los jóvenes pudieran publicar sus intervenciones, era necesario que lo envíen al celular de A.D.A.N.A, y luego desde ese celular se reenviaba al grupo. Esta decisión tuvo que ver con poder fundar el espacio, establecer las reglas básicas de participación, y hacer consistir la existencia de ese edificio, en esta nueva modalidad.
De alguna manera lo que se buscaba, es que esa primera transferencia que hay sobre la institución pudiera materializarse nuevamente. Cabe destacar que estratégicamente se les envió fotos de sus salas, de los pasillos, de la mascota, mostrándoles que nada de eso había desaparecido.
Una vez que este funcionamiento se hizo más fluido, es decir, todos los jóvenes pudieron comunicarse, se pasó a abrir el grupo para que todos pudieran participar en tiempo real, acotado al horario de 14 a 18, y bajo dos instancias de participación: La iniciación y la actividad. La iniciación invita a un momento de saludarnos, ver quienes están, como están, cuestiones relativas a la actualidad, que día es, el clima, que comieron etc. Y la actividad, que plantea la producción de un objeto que luego se pondrá en circulación el grupo (concurso de fotos, desafíos, adivinanzas etc.).
Estas dos instancias están pensadas para promover las transferencias con los profesionales y sobre todo entre los pares.
De alguna manera habilitar este espacio, permite que los “encuentros de pasillo” se puedan dar. Sin embargo, sabíamos que este tipo de participación es molesta para algunos jóvenes. Muchas veces hay quienes que no pueden tolerar los tiempos de espera de la telecomunicación e inundan el grupo de mensajes repetitivos (conducta que realizaban en el período presencial también), o no pueden participar por un rechazo a la modalidad o por alguna inhibición. Para atender a estas particularidades se estableció un referente por día, que es el que realiza la iniciación y la actividad, y promueve la participación de cada uno, al menos dando cuenta de su presencia o ausencia ese día.
Este movimiento permitió que los jóvenes tuvieran alguien seguro a quién dirigirse en ese día. Promoviendo la transferencia particular con cada profesional. (Si bien todos los demás miembros del equipo estamos presentes en el momento en el que se abre el grupo)
Paralelo a este movimiento, enviamos a cada joven una cartilla con actividades. La misma está confeccionada con un tema transversal para todos (uno por mes) y a partir de allí cada actividad tiene distintos grados de dificultad, atendiendo a las posibilidades que cada joven posee, al grado de colaboración que puedan tener en la casa y sobre todo a cómo desde sus intereses personales abordan la actividad.
Estas, permiten que los familiares puedan estar presentes y abrir un espacio para la participación de los mismos en el grupo. De esta manera, los padres han ido habilitando y propiciando, este espacio/ tiempo posible de encuentro con los jóvenes, entre ellos, y con el equipo de A.D.A.N.A.
Judith Bojarski
Directora Terapéutica del Turno Tarde del C.E.T. de A.D.A.N.A.